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Construcción de la Telefónica por Pedro Navascués

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Telefónica de la Gran Vía (Foto propia)

Estudio y análisis en profundidad de la construcción del edificio de Telefónica en la Gran Vía

Pedro Navascués Palacio, nacido en Madrid el 28 de junio de 1942, cursó la carrera de Filosofía y Letras (especialidad de Historia) en la Universidad de Madrid obteniendo Premio Extraordinario en su Tesis de Licenciatura (1965), dirigida por el historiador don Julio González, y posteriormente, en 1972, el grado de Doctor con la calificación de sobresaliente "cum laude", con una tesis sobre "La arquitectura madrileña del siglo XIX", dirigida por el arquitecto don Fernando Chueca Goitia.

Desde 1964 simultaneó la enseñanza en la Facultad de Filosofía y Letras, en la que obtuvo por oposición las plazas de "Profesor adjunto de Historia del Arte", de "Historia del Arte Moderno y Contemporáneo" y posteriormente la Primera Agregación de "Historia del Arte", con la enseñanza en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, donde ganó por oposición la Adjuntía de "Historia de la Arquitectura y del Urbanismo, jardinería y paisaje", obteniendo la cátedra de "Historia del Arte" en 1978. Tiene reconocidos seis tramos de actividad investigadora y nueve quinquenios de actividad docente. Desde 2012 es Profesor Emérito de la Universidad Politécnica de Madrid. En la Escuela Técnica Superior de Arquitectura ha desempeñado los cargos de Secretario, Subdirector de Investigación, Subdirector Jefe de Estudios y Subdirector de Doctorado. Es miembro de las más prestigiosas instituciones académicas de España, como la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y reconocido por otras internacionales como la Hispanic Society of America de New York, de la que es miembro desde 1985, y Doctor "Honoris Causa" por la Universidad de Coímbra, en Portugal (2003). Está considerado como uno de los principales historiadores de la arquitectura española y máximo experto en siglo XIX, siendo autor de más de dos centenares de artículos y libros referidos a la historia de nuestro patrimonio arquitectónico. (Archivo Digital UPM)

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“El interés del edificio de la Telefónica arranca desde la propia historia del solar, ya que su configuración fue el resultado de la remodelación general que sufrió este segundo tramo de la Gran Vía, cuyo primer nombre fue el de Avenida de Pi y Margall, si bien comenzó todo ello siendo una «Reforma de la prolongación de la calle de Preciados y enlace de la Plaza del Callao con la calle de Alcalá», como ya se dijo anteriormente. El nuevo solar resultaba de la expropiación de varias manzanas a las que había que sumar «los terrenos procedentes de las calles del Desengaño, Leones y Travesía del Desengaño ... , que desde tiempo inmemorial, o sea, desde hace varios siglos y sin interrupción, se hallaban destinados a vía pública», según se recoge en el acta de subrogación que el Ayuntamiento hizo de este solar a favor de Martín Albert Silber. Es aquí donde dicho solar se identifica aún más con el proceso de la Gran Vía, ya que como sabemos fue Martín Albert el concesionario de las obras de apertura de este nuevo eje urbano, después de que quedaran varias veces desiertas las subastas de adjudicación. A él habían acudido en repetidas ocasiones el alcalde conde de Peñalver y el arquitecto José López Sallaberry, que era el Inspector Facultativo Municipal de las obras de la Gran Vía, para animarle a invertir en esta importante operación urbanística e inmobiliaria. Albert, banquero francés con intereses en Londres, fue el único licitador en 1909, adjudicándosele a él la obra tras los fracasos de otros inversores como Hans Edward Hughes y Williams Cía., y Rafael Picavea. El solar comprado por Albert, en diciembre de 1918, sumaba viejas manzanas del Madrid de Felipe II, justamente las primeras que surgieron más allá de la cerca de l 566, inmediata a la concurrida Puerta de San Luis, hoy Red del mismo nombre, y al camino - luego calle- de Fuencarral, todo tal y como puede verse en el conocido plano de Texeira de 1656.

Entre los propietarios que figuraban como tales, cuando el Ayuntamiento expropió los solares que compondrían el ocupado hoy por la Telefónica y que llevaba el número dos de la manzana F, se encuentran algunos nombres conocidos y curiosos como el de Antonio Goya, Guillermo Escrivá de Romaní y condesa de la Vega del Pozo, entre otros. Dicho solar, dentro de la que sería definitivamente manzana número trescientos cuarenta y cuatro de la división territorial de Madrid, linda al Mediodía con la Gran Vía, que en toda la documentación inicial aparece con el nombre de «Boulevard», en un frente de cuarenta y seis metros noventa y un centímetros; al Este, con la calle de Fuencarral, en una línea de treinta y seis metros veintinueve centímetros, y al Oeste, con la calle de Valverde, cuyo frente suman cincuenta y dos metros ochenta y seis centímetros. Dejando ahora la línea quebrada que dibuja la ·medianería norte, entre Fuencarral y Valverde, con el resto de la manzana, diremos que el solar dibuja en planta un polígono irregular de seis lados, cuyo área plana encierra una superficie de dos mil doscientos ochenta metros y tres mil trescientos ochenta milímetros cuadrados. Por este solar llegó a pagar Martín Albert al Ayuntamiento 1.433.468 pesetas con 99 céntimos, haciéndolo efectivo en «billetes del Banco de España y monedas de plata y cobre», si bien él la debió de subrogar en favor de una sociedad, que probablemente el propio Albert controlaba, registrada con el nombre de Propiedades y Construcciones, S. A. Ésta, a su vez, se disolvió en 1921, y el citado solar pasó a la Compañía Sociedad Española de Grandes Almacenes Victoria, en «virtud de adjudicación en pago de su haber, como tenedora de la totalidad de las acciones que integraban y representaban el capital social» de Propiedades y Construcciones, S. A. 3. El hecho es que fue aquella firma de Grandes Almacenes Victoria la que vendió en 1925 el solar a la Compañía Telefónica Nacional de España, la cual pagó 3.260.140 pesetas con 15 céntimos, con lo que doblaba ampliamente la inversión que hacía escasamente siete años había hecho Martín Albert.

Pero esta cantidad se vio de hecho fuertemente incrementada, ya que la Telefónica hubo de pagar una alta cifra como indemnización a la obligación contraída en su día por Propiedades y Construcciones, S. A., con don Emilio Hess, con quien se había contratado una ejecución de obra, probablemente la construcción de los almacenes que ahora veremos. Aquella cantidad suplementaria, 850.000 pesetas, arrojaban una suma que sobrepasaba ampliamente los cuatro millones de pesetas, por el solar que Martín Albert Silber había abonado unos años antes al Ayuntamiento, poco más de un millón cuatrocientas mil pesetas. Es, como puede verse, un caso ejemplar de la especulación que se produjo con motivo de las obras de la Gran Vía. Interesa decir algo de aquella Sociedad Española de Grandes Almacenes Victoria, porque en 1922 había presentado en el Ayuntamiento una licencia de obras para levantar, donde hoy se halla la Telefónica, un magnífico edificio de clara organización parisiense, aunque al exterior acusara galas «Monterrey». Dicha sociedad tenía como objeto, según el artículo segundo de sus Estatutos, «la creación en Madrid de grandes almacenes para explotar el comercio al por mayor y menor en todas las mercancías, cuya venta se hace actualmente o pueda hacerse posteriormente en los almacenes de novedades y en los grandes bazares» de forma análoga a «los establecidos en las grandes capitales de Europa y América y, naturalmente, adaptándose a los gustos y usos comerciales de España».

Construyendo la Telefónica

Para este, fin aquella sociedad mercantil encargó al arquitecto Juncosa el proyecto de un edificio que tiene una clara relación con los grandes almacenes de París, y no en vano se cita los de «Au Printemps» en la memoria que acompaña los planos. Éstos dejan ver un edificio que recuerda en algo a la primera arquitectura de Antonio Palacios (huecos en fachada, escudos, galería adintelada, mezcla de modernidad y tradición), a la que se sobreponen elementos neo-renacientes. El mayor interés, a nuestro juicio, reside en la organización del interior, en la que un espectacular hall vaciado en el centro alcanza la altura total de ocho plantas. En lo alto una montera de hierro y vidrio aseguraba la iluminación cenital de todo este ámbito, que cuenta con la presencia inexcusable de una encaracolada escalera de honor, todo tal y como puede verse en tantos almacenes de París, por lo que no sería extraño que el proyecto viniese de Francia «adaptándolo» arquitectónicamente nuestro Juncosa «a los gustos y usos comerciales de España». Intuyo, aunque no puedo demostrarlo, que tras los mencionados Almacenes Victoria se encuentra el propio Martín Silber.

El proyecto data de 1922 y su memoria de 1923. Por entonces se tramitó en el Ayuntamiento la licencia correspondiente para el vaciado del solar y comenzar las obras, si bien hubo unos problemas iniciales, puesto que el arquitecto municipal no veía la suficiente seguridad, para operarios y viandantes, en el proyecto de vaciado del solar. Ello demoró las obras y en 1924 el Ayuntamiento citó al mencionado Juncosa para que manifestase si se desistía por parte de la sociedad de construir el edificio comercial que hemos comentado, ya que una vez obtenida la licencia de vaciado y construcción, sólo se había realizado en parte la primera operación. Aquel cambio de ritmo en la obra de los Almacenes Victoria nos hace sospechar que la Compañía Telefónica debía estar, ya desde comienzos de 1924, en tratos para adquirir el solar antes de que se ejecutase la obra de cimentación prevista. La adquisición del solar la hicieron Valentín Ruiz Senén y Gumersindo Rico Gómez, designados ambos por el Comité Ejecutivo en el que, a su vez, delegaba el Consejo de Administración. Éste estaba compuesto por Ruiz Senén, Sosthenes Behn, Hermand Behn, Lewis J. Proctor, Álvarez García, marqués de Perijaa y Rico Gómez, es decir, parte del equipo presidencial de la International Telephone and Telegraph Corporation (l. T. T.) y destacados miembros de la recién creada Compañía Telefónica Nacional de España. El Comité acordó la compra del nuevo solar en la sesión celebrada el 29 de julio de 1925 y dos días más tarde se firmaba la escritura de compraventa. Dicha adquisición y el proyecto de un gran edificio central en Madrid se convertía así en el símbolo visible de la nueva etapa que conocería la telefonía en España, a raíz del contrato que de sus servicios hizo el Estado español con la poderosa International Telephone and Telegraph Corporation de Nueva York.

Ello había quedado plasmado en la filial Compañía Telefónica Nacional de España (1925), cuyo monopolio queda ya recogido en el artículo cuarto de sus Estatutos: «El objeto de esta Compañía es la instalación, refracción, mejora, adquisición y enajenación, explotación y administración de toda clase de redes, líneas y servicios de telefonía y de· cualquier otro procedimiento de telecomunicación, empleado en la actualidad o que pueda descubrirse en lo sucesivo; la prestación de otros servicios auxiliares de dichas telecomunicaciones, la adquisición, enajenación y gravamen de toda clase de bienes muebles, inmuebles y derechos y concesiones de fabricación, arreglo, compra, venta, negociación, importación y explotación de materiales adecuados, máquinas y utensilios, sin excepción alguna, que puedan ser útiles para la realización de dichos fines.» Importa señalar esto porque en aquella fecha la nueva Compañía buscaba una imagen en todos los terrenos, bien sea a través del magnífico edificio a construir, bien por medio de una soberbia Revista Telefónica Española, que se comienza a editar en enero de 1925, o incluso por la propaganda española que tiene lugar en las oficinas de la l. T. T. de Nueva York, a través de un curioso y activo Bureau de Información pro-España montado en el 41 de Broad Street, que contó con una selecta biblioteca, organizó exposiciones e invitaba a los neoyorquinos a conocer nuestro país. Así comenzaba la andadura de la Compañía al tiempo que se iniciaban los preparativos. de un concurso nunca celebrado para la nueva sede en Madrid. Presidía el Consejo de Administración de la Compañía don Estanislao de Urquijo, marqués de Urquijo, y transcurría entonces el segundo año de la Dictadura de Primo de Rivera.

Ya se ha señalado cómo Ignacio de Cárdenas, el que sería autor del edificio de la Telefónica en la Gran Vía, pertenecía a la llamada generación de 1925, de la que arranca nuestro «movimiento moderno» en arquitectura. Cárdenas había nacido en el crítico año de 1898 y en el no menos significativo de 1914 comienza sus estudios de arquitectura en la Escuela de Madrid. Allí obtuvo el título en 1924, siendo entonces director de la misma don Modesto López Otero, que era a su vez catedrático de la asignatura de Proyectos. Según declaración del propio Cárdenas: «Acababa yo de terminar en junio la carrera y por una serie de circunstancias me ofrecieron el cargo de arquitecto de la nueva Compañía. Se me informó que yo haría los proyectos de cuantos edificios levantase la Compañía, a excepción de tres: el de Madrid (cuyo anteproyecto saldría a concurso) y los de Barcelona y Sevilla, que por estar cercana la apertura de sus Exposiciones, se encargarían a arquitectos de estas ciudades. Todo ello buscando la mayor propaganda de la Compañía» Fue de aquel modo tan sencillo como Cárdenas entró a trabajar en la Compañía Telefónica, si bien no hemos podido conocer cuáles fueron las «circunstancias» que llevaron a aquélla a contratar a un arquitecto recién salido de la Escuela, sin experiencia alguna, para ocupar un cargo de tanta responsabilidad. Bien pudiera ser que la misma juventud de Cárdenas les interesara sobre la hipotética madurez de otro colega más experimentado, por cuanto que la Compañía buscó siempre una imagen que hoy diríamos joven y dinámica en . , aquellos momentos iniciales, más fácil contagiar a un recién graduado que a un hombre con determinada experiencia. Por otra parte, la presumible responsabilidad de Cárdenas, que más adelante parece que fue total en orden a las construcciones de la Compañía, en aquellos primeros momentos se diluía en una auténtica oficina técnica que se llamó Departamento de Edificios. Dicho departamento, como los demás que componían el organigrama de la Compañía, sean los de Ingeniería, Construcciones y Conservación, Compras, etc., estaban dirigidos por ingenieros extranjeros y personal vario de la I.T.T. como lo fueron Caldwell, Walker y Chair, por no citar sino los jefes de los departamentos mencionados. Del mismo modo el Departamento de Edificios contó con un director norteamericano llamado Aldrich Durant, con quien entró Cárdenas a trabajar. Ahora bien, este alto personal cualificado dejó nuestro país hacia 1927, enviados por la l. T. T. a otros lugares en los que se repitió la experiencia española.

La Telefónica de GRan Vía

En ocasiones les sustituyeron aquí otros miembros de la empresa neoyorquina, pero también hubo ingenieros españoles entre los que reemplazaron a aquéllos. Así, en el Departamento de Edificios fue Cárdenas quien vino a sustituir a Durant. Este nombre sólo aparece en relación con el edificio de la Gran Vía cuando se estudia la composición de las tierras del solar recién adquirido a los Almacenes Victoria, conservándose un plano con referencias en inglés traducidas al castellano firmado en abril de 1926 por el mencionado Durant. En él se especifican los estudios previos ejecutados en aquel momento consistentes en la excavación de un pozo de un metro de diámetro, abierto a pico y sin entibar, en el centro del solar, hasta encontrar un nivel «con suficiente arcilla para dar color a las manos». El propio Durant vuelve a dar el visto bueno (6 de mayo de 1926) a un plano firmado por el arquitecto José Manuel de la Vega con detalles de la acometida de cables en relación con el edificio provisional que se construiría sobre la parte posterior del solar con acceso desde la calle de Fuencarral. Fue en aquellos primeros momentos cuando surge el nombre de Durant, momentos importantes puesto que había que resolver el planteamiento general de la cimentación que tenía como añadido el inconveniente de la presencia del túnel del metro por debajo de la calle de Fuencarral, así como las instalaciones del Canal de Isabel II sobre el propio solar.

La última referencia sobre Aldrich Durant que conozco la hace el propio Cárdenas en una larga nota que publicó la Revista Telefónica Española, sobre el Departamento de Edificios, con motivo de la Junta de directores de departamentos y de distrito que debió de celebrarse en julio de 1927, esto es, cuando Cárdenas había hecho ya el proyecto que aquí nos interesa y la obra en cuestión iba muy avanzada. A Cárdenas se le llama entonces «arquitecto jefe» y si bien aparece bajo la dirección del mencionado Durant, da la impresión de ser una dependencia burocrática y de orientación en relación con los intereses de la Compañía, pero excluyendo cualquier injerencia en el terreno proyectual. Por el interés del escrito de Cárdenas, para ver el funcionamiento y filosofía de aquel Departamento de Edificios, lo transcribimos en parte a continuación: «En la enorme labor que la Compañía realiza para dotar a España de un servicio telefónico modelo, es el edificio un factor importantísimo para la garantía del éxito que todos perseguíamos.» En negocios tan especiales como el de la Compañía, cuya propiedad y vida tanto han depender del favor público, es preciso satisfacer a éste por cuantos medios estén a nuestro alcance. Con las mejoras en las comunicaciones se crea un estado de opinión favorable a la Compañía, y en él influyen en gran manera que el edificio, al que el público acude para sus conferencias, le resulte cómodo y vea en él riqueza y suntuosidad.

Por eso la Compañía tiene decidido empeño en que sus casas, de la más importante a la más modesta, tengan un sello peculiar de obra bien hecha, en que sean cuidados esmeradamente todos los detalles de la moderna construcción, y que si cuestan dinero, éste sea invertido con un amplio criterio de economía que prevé la disminución en lo futuro de los gastos de conservación.» Es muy vasto el programa de la Compañía, y en nuestro trabajo como en los demás, todo ha tenido que crearse, por ser insuficientes y adolecer de grandes defectos los edificios (propios o alquilados) que existían para teléfonos al hacerse cargo aquélla del servicio. Hubo, por lo tanto, que empezar por organizar este departamento, que funciona hoy bajo la competente dirección de don Aldrich Durant. Cuenta el departamento con arquitectos, ingenieros, aparejadores y delineantes, además del señor encargado de los locales y contratos, y del personal administrativo necesario.» Difícil comparación tiene el edificio telefónico con otros destinados a fines parecidos, pues si es esencialmente un edificio de carácter industrial, es también como una embajada de la Compañía en las ciudades españolas, y ha de ser, como ella, popular, suntuoso, útil y rico. También es un anuncio. Sin el anuncio fracasan hoy en día todas las empresas que del público viven, y un buen anuncio ha de estar enclavado en el mejor lugar de la ciudad. Pero de nada serviría que estuviese inmejorablemente situado, en lo que a la circulación y vida ciudadana se refiere, si su situación obligase a una instalación difícil o costosa de las líneas urbanas e interurbanas. »Todo lo anteriormente indicado dará idea de la serie de datos que es preciso poseer antes de que se compre un solar, se mida, se investigue la naturaleza del terreno y llegue el momento de que uno de nosotros se siente ante un tablero, coja un lápiz y comience el proyecto. Y al comenzar este trabajo, debemos poseer datos de los diferentes departamentos, a fin de hacer una distribución lógica, cómoda y económica.

Las plantas o distribución interior son la parte más importante del proyecto, y esta distribución, en aquellos de nuestros edificios que han de alojar un equipo automático, está supeditada a que éste se monte en las mejores condiciones, sacrificando gustosos a menudo un mayor efecto decorativo, por ejemplo, en una escalera, e incluso obligando a modificar la fachada. Se piensa siempre en el porvenir, y en los cálculos de resistencia se prevé la posibilidad de añadir nuevos pisos o variar la distribución primera, montando más equipo en habitaciones destinadas transitoriamente a oficinas u otros fines.» No he de explicar el programa interior de nuestros edificios, aunque a nadie escapará la complejidad del conjunto de cada uno. Me permito reclamar la atención del lector sobre dos puntos, a los que prestamos especialísima importancia. Es el primero el que las obras todas son hechas por concurso, procurando de este modo escoger las proposiciones más ventajosas para la Compañía por la solvencia del contratista, tanto económica como técnicamente; además, en marcha ya la obra, ejercemos sobre ella tan estrecha vigilancia, que teóricamente resulta ésta en las mejores condiciones posibles. El segundo punto es la eficiencia de las instalaciones mecánicas: la electricidad, calefacción y servicios sanitarios. En edificios modernos, cuanto dinero se gaste en las instalaciones resulta remunerador más tarde, pues se ahorran infinitas reparaciones, aparte de que pasó la época de edificios hermosos, pero por dentro fríos, oscuros y antihigiénicos. La red de electricidad, bien estudiada, sabiamente montada y empotrando todos los conductos, evita la fealdad de las instalaciones baratas, averías continuas, y aleja la posibilidad de incendios, que, en edificios como los nuestros, inútil es decir lo desagradables que serían. Con la calefacción calculada científicamente, instalando calderas de capacidad suficiente y montando bien la instalación, se procura rodear al empleado del confort necesario, pero también se protege la vida de los delicados mecanismos del teléfono automático. Por último, un servicio completo, higiénico y lujoso de saneamiento, educa en cierto modo al personal, le hace más cuidadoso y evita innumerables, enojosas reparaciones. Y, por otra parte, cuando el público tenga ocasión de girar una visita a nuestras casas, ha de salir mejor impresionado cuando podamos con orgullo enseñarle hasta el último rincón.» Todos estos detalles, como las carpinterías bien cuidadas, los herrajes de la mejor calidad, las ventanas metálicas, los pavimentos más apropiados en cada local y una decoración sencilla y alegre, pero empleando buenos materiales, supone un gasto que no es superfluo, pues redunda en beneficio · de la obra, que resulta así incomparablemente mejor que una construcción corriente. Por lo tanto, al entregar un edificio confiamos en que se le cuide esmeradamente, evitando cuanto tienda a estropearlo o afearlo. Por último, me complazco en indicarles que en nuestras obras se emplea, siempre que es posible, el material español.

Hoy en día España, en esto como en todo, progresa, y ya puede afirmarse que podemos construir tan bien como en donde mejor se construya. »La ideal nacional de nuestra Compañía se afirmará en las fachadas de sus edificios, los cuales pretendemos siempre que armonicen con el carácter peculiar de cada población, y así se levantó en Santander la primera Central de un marcado estilo montañés. Los edificios de Barcelona, Zaragoza y Bilbao son sobrios, clásicos y fuertes. Alegres y luminosos, el de Valencia y la sucursal de El Grao. En el de Sevilla se empleará toda la riqueza decorativa del arte antiguo y moderno sevillano. En Las Arenas, en Vizcaya, haremos una Central que se asemejará a un pintoresco caserío vasco, y el de la Gran Vía, de Madrid, imponente, fuerte, majestuoso y muy español y madrileño, edificio que será el cerebro y el corazón de la vasta organización en que trabajamos ...» Éste, que puede considerarse como un auténtico manifiesto de la imagen en arquitectónica que la Compañía persigue, resume el espíritu de las obras emprendidas en estos años iniciales,· y aunque desborda el contenido estricto del presente trabajo, no estará de más recoger la actividad del Departamento de Edificios en el propio año en que Cárdenas redactó el anterior escrito, cuando su cargo en el mismo era el de arquitecto jefe y como tal firma otros muchos proyectos que muestran una actividad extraordinaria. En efecto, en el mismo año de 1926 iniciaron su construcción las centrales de Arenas, Clot y Plaza de Cataluña, en Barcelona; Delicias y Gran Vía, en Madrid; así como las centrales de Pamplona, Sevilla y Zaragoza. Al año siguiente, en 1927, ya estaban en marcha los edificios de Bilbao, Cádiz, Cartagena, Córdoba, Grao de Valencia, Las Arenas de Bilbao, Málaga, Oviedo, Reus, Valencia, Valladolid y Vigo, entre otros 12• Ignacio de Cárdenas proyectó muchos de ellos contando con la colaboración de otros colegas que actuaron a modo de arquitectos de zona, tal y como consta que sucedió en la central de Bilbao, cuyo proyecto aparece firmado por Cárdenas y Meana.

Telefónica en construccion

Este último dirigió además el edificio de Las Arenas y el de Oviedo. Las centrales catalanas fueron dirigidas por Clavero, al tiempo que los levantinos corrieron a cargo de Santiago Esteban de la Mora. Los arquitectos Hernández Rubio y Strachan hicieron, respectivamente, las centrales de Cádiz y Málaga. De este modo podríamos seguir este proceso de construcciones que llegaron a constituir una ciudad telefónica ideal. Deseamos insistir que en todo ello tuvo una participación decisiva Ignacio de Cárdenas, aunque éste se encontrara en el departamento dirigido por Durant. Hay un hecho importante y temprano que revela el protagonismo de Cárdenas en todo lo que se refiere a la arquitectura de los edificios de la Compañía, como fue su participación en el jurado que había de seleccionar los proyectos presentados al concurso del edificio central de Barcelona en la Plaza de Cataluña. Las bases de este concurso, publicadas en 1925, fijaban la composición del jurado que estaría integrado por un representante del Consejo de Administración de la Compañía (Valentín Ruiz Senén), un ingeniero jefe de la misma (Caldewell), por el Director de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid (Modesto López Otero), el arquitecto barcelonés Enrique Sagnier y un arquitecto de la Compañía que sería Cárdenas. Recuérdese que éste había terminado muy recientemente sus estudios y que se encontraba ahora juzgando unos proyectos con el que había sido su profesor en ese área, don Modesto López Otero, y con el prestigioso arquitecto Enrique Sagnier, autor del Palacio de Justicia de Barcelona.

Éstas ofrecen una peculiar mezcla de elementos tradicionales de estilo español con otros de origen rococó francés, buscando una integración con la arquitectura que, a mi juicio, no siempre se produce. Parte importante de este proyecto, que entrañaba una evidente complejidad dado el volumen y altura del edificio, fue todo lo referente a las instalaciones, especialmente calefacción e «inodoros», proyectadas por la firma norteamericana de Clark MacMullen and Riley, con oficinas en Nueva York y Cleveland. Este proyecto cuenta igualmente con un grupo importante y preciso de planos de dichas instalaciones, que por su carácter excesivamente técnico no se reproduce aquí, pero sí diremos que con él se relaciona el gran depósito de agua que alberga la torre de la Telefónica, alimentado por una bomba, ya que la presión del abastecimiento ordinario de agua no alcanzaba esta altura, desde la cual se asegura la alimentación de los servicios. Digamos para terminar que todos los planos de estructura del edificio estaban terminados en agosto de 1926, si bien durante el proceso, como ya se ha dicho, fueron revisados y modificados parcialmente algunos de ellos. En aquella fecha, naturalmente, se hallaban terminados los alzados y plantas del edificio, si bien los detalles de cantería se definirían entre enero y febrero de 1927. Durante el año 1928 se trabajó en el detalle de acabado del vestíbulo y despachos principales de la planta novena, no habiendo encontrado planos ni dibujos posteriores a esta fecha. El proceso constructivo Si bien y contra toda costumbre no se festejó el comienzo de las obras ni tampoco su terminación, el edificio de la Telefónica unió su efemérides inicial a la significativa fecha del 12 de octubre de 1926, y la terminación, a su vez, se hizo coincidir con el comienzo de un nuevo año, el 1 de enero de 1930. Pero si se tiene en cuenta que lo que se iniciaba en octubre de 1926 era la excavación del solar y que al comenzar el año 1930 el edificio llevaba prácticamente algún tiempo terminado, a falta de detalles en el interior, resultará que fueron Don Alfonso XIII visita el edificio de la Telefónica (1928) algo menos de tres años los que se emplearon para levantar este gigante de acero revestido de piedra, lo cual suponía un récord en la historia de la ciudad, convirtiéndose su construcción en un espectáculo en sí mismo análogo al que en su día fue, por ejemplo, la construcción de la estación de Atocha, donde también una nueva tecnología y grúas como jamás se habían visto en Madrid pusieron en pie un esqueleto metálico en un tiempo muy breve que representaba el inicio de una nueva etapa en la historia de la construcción. Debemos añadir además que si bien el edificio no se inauguró de un modo oficial, sí que paradójicamente se produjeron inauguraciones oficiales.”


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