“La primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fue un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba”
(La Gitanilla, Miguel de Cervantes)
En el espléndido monumento de la Plaza de España de Madrid en honor de Miguel de Cervantes y el Quijote, dos escultores, padre e hijo, llevaron a la piedra y al bronce, los personajes centrales de la obra. Empezó el padre, Lorenzo Coullaut Valera, sobrino del escritor Juan Valera, que porque falleció en 1932 hubo de continuar los trabajos su hijo Federico Coullaut Valera, fallecido hace unos años. Una de esas esculturas es la presidida por La Gitanilla en un lado del esbelto pedestal; al otro, está el grupo de Rinconete y Cortadillo del mismo artista, artífice además de las figuras separadas de Aldonza Lorenzo y Dulcinea del Toboso. La Gitanilla se llamaba Preciosa, la bella joven que embelesó al propio Don Miguel, quien desvelará al final del relato que se trataba de una joven adoptada, que nada tenía que ver con los gitanos. He aquí la primera página del relato cervantino:
“Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.
Una, pues, desta nación, gitana vieja, que podía ser jubilada en la ciencia de Caco, crió una muchacha en nombre de nieta suya, a quien puso nombre Preciosa, y a quien enseñó todas sus gitanerías y modos de embelecos y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas las inclemencias del cielo, a quien más que otras gentes están sujetos los gitanos, pudieron deslustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que es más, que la crianza tosca en que se criaba no descubría en ella sino ser nacida de mayores prendas que de gitana, porque era en extremo cortés y bien razonada. Y, con todo esto, era algo desenvuelta, pero no de modo que descubriese algún género de deshonestidad; antes, con ser aguda, era tan honesta, que en su presencia no osaba alguna gitana, vieja ni moza, cantar cantares lascivos ni decir palabras no buenas. Y, finalmente, la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía; y así, determinó el águila vieja sacar a volar su aguilucho y enseñarle a vivir por sus uñas.
Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros versos, especialmente de romances, que los cantaba con especial donaire. Porque su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal; y así, se los procuró y buscó por todas las vías que pudo, y no faltó poeta que se los diese: que también hay poetas que se acomodan con gitanos, y les venden sus obras, como los hay para ciegos, que les fingen milagros y van a la parte de la ganancia. De todo hay en el mundo, y esto de la hambre tal vez hace arrojar los ingenios a cosas que no están en el mapa.
Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, y, a los quince años de su edad, su abuela putativa la volvió a la Corte y a su antiguo rancho, que es adonde ordinariamente le tienen los gitanos, en los campos de Santa Bárbara, pensando en la Corte vender su mercadería, donde todo se compra y todo se vende. Y la primera entrada que hizo Preciosa en Madrid fue un día de Santa Ana, patrona y abogada de la villa, con una danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bailarín, que las guiaba. Y, aunque todas iban limpias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa era tal, que poco a poco fue enamorando los ojos de cuantos la miraban. De entre el son del tamborín y castañetas y fuga del baile salió un rumor que encarecía la belleza y donaire de la gitanilla, y corrían los muchachos a verla y los hombres a mirarla. Pero cuando la oyeron cantar, por ser la danza cantada, ¡allí fue ello! Allí sí que cobró aliento la fama de la gitanilla, y de común consentimiento de los diputados de la fiesta, desde luego le señalaron el premio y joya de la mejor danza; y cuando llegaron a hacerla en la iglesia de Santa María, delante de la imagen de Santa Ana, después de haber bailado todas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las cuales, dando en redondo largas y ligerísimas vueltas, cantó el romance siguiente:
- -Árbol preciosísimoque tardó en dar frutoaños que pudieroncubrirle de luto,y hacer los deseosdel consorte puros,contra su esperanzano muy bien seguros;de cuyo tardarsenació aquel disgustoque lanzó del temploal varón más justo;santa tierra estéril,que al cabo produjotoda la abundanciaque sustenta el mundo;casa de moneda,do se forjó el cuñoque dio a Dios la formaque como hombre tuvo;madre de una hijaen quien quiso y pudomostrar Dios grandezassobre humano curso.Por vos y por ellasois, Ana, el refugiodo van por remedionuestros infortunios.En cierta manera,tenéis, no lo dudo,sobre el Nieto, imperiopiadoso y justo.A ser comuneradel alcázar sumo,fueran mil parientescon vos de consuno.¡Qué hija, y qué nieto,y qué yerno! Al punto,a ser causa justa,cantárades triunfos.Pero vos, humilde,fuistes el estudiodonde vuestra Hijahizo humildes cursos;y agora a su lado,a Dios el más junto,gozáis de la altezaque apenas barrunto-.”