Manzanares, Manzanares,
arroyo aprendiz de río,
practicante de Jarama,
buena pesca de maridos.
Muy hético de corriente,
muy angosto y muy roído,
con dos charcos por muletas,
en pie se levantó y dijo:
Tiéneme del sol la llama
tan chupado y tan sorbido,
que se me mueren de sed
las ranas y los mosquitos.
Yo soy el río avariento
que en estos infiernos frito,
una gota de agua sola
para remojarme pido.
Estos, pues, andrajos de
que en las arenas mendigo,
a poder de candelillas
con trabajo los orino.
Más agua trae en un jarro
cualquier cuartillo de vino
de la taberna, que lleva
con todo su argamandijo.
Pide a la fuente del Ángel,
como en el infierno el rico,
que con una gota de agua
a su rescoldo dé alivio.
Al revés de los gotosos
ya no se muere estantío,
pues de no gota es el mal
del que le vemos tullido.
Llorando está Manzanares,
al instante que lo digo,
por los ojos de ese puente,
pocas hebras, hilo a hilo.
Cuando por ojos de agujas
pudiera enhebrar lo mismo,
como arrojo vergonzante,
vocablo sin ejercicio.
El estado actual del Manzanares seguro que haría cambiar de opinión a Francisco de Quevedo