Sepultura de FRancisco García Lorca en el cementerio civil del este. Madrid
Francisco García Lorca en 1942
El hermano menor de Federico fue sepultado en Madrid en 1976. Se halla en el Cementerio Civil del Este, a unos pasos del de la Almudena. Francisco tenía cuatro años menos que su hermano, cuya dramática muerte le dejó una honda huella el resto de su vida. Toparse de pronto hoy con ese rincón madrileño donde está la tumba con su nombre, es altamente emocionante. Lo que sigue es una recopilación de trabajos de prensa dedicados a su persona y trayectoria profesional e intelectual.
Apuntes sobre la obra crítica de Francisco García Lorca
María Soledad Carrasco Urgoiti
A invitación de Isabel García Lorca y Manuel Fernández-Montesinos, intento reconstruir, en las páginas que siguen, parte de una charla, pronunciada hace unos quince años en la Asociación de Mujeres Universitarias, con el título «Los clásicos españoles en la crítica de Francisco García Lorca». Antes de abordar el comentario de su obra, mis mal pergeñados apuntes reconstruyen mi primer recuerdo de su voz crítica; y no es metáfora, pues la ocasión fue una reseña oral, arte efímero de nuestros días que oscila entre el cumplido y la excelencia de una abreviada semblanza o definición de estilo. Don Federico de Onís, director a la sazón del Instituto Hispánico de Columbia University, en Nueva York, dedicaba una sesión a dar a conocer los libros más importantes aparecidos el año anterior. Como prueba del interés que tenían aquellas sesiones, bastará decir que don Tomás Navarro comentaba las aportaciones más recientes en el campo de la lingüística; el propio don Federico y el profesor Ángel del Río se ocupaban de la crítica literaria en torno a autores españoles, con la colaboración de algunos excepcionales candidatos al Ph. D., como Francisco García Lorca o Ernesto Guerra Da Cal. Este último se ocupaba de la literatura portuguesa, mientras que generalmente cubrían los libros de historia el político y jurista gallego Emilio González López, que a partir de entonces se dedicó a la historia, y el vasco Jesús de Galíndez, que trabajaba apasionadamente en la tesis que le costó la vida. En cuanto a Hispanoamérica, además de la presencia constante del profesor mexicano Andrés Iduarte y del cubano Eugenio Florit, a la sazón en la etapa central de su creación poética, recuerdo, en años diferentes, visitantes tan distinguidos como Germán Arciniegas, que pronto se incorporó al profesorado permanente, Mariano Picón Salas, José Antonio Portuondo o Arturo Uslar Pietri. Se encargaba de presentar los libros sobre temas sefardíes Mair J. Benardete.
Consigno estos datos porque conciernen al ambiente profesional neoyorquino en que se movía Francisco García Lorca, después de haber abandonado la carrera diplomática. Es evidente que el cambio respondió a un imperativo trágico, y a la afirmación de su ideología liberal, pero en su caso el trueque de actividad no implicó un reciclaje, pues su sitio estaba dentro del ámbito intelectual. Sin embargo, bien por temperamento o por haber asumido el suave aplomo y ciertas sutiles reticencias que relacionamos con la diplomacia, conservó siempre el tono de esa profesión, que había elegido y que ejerció en años de juventud. Paco tenía una visión cosmopolita de las cosas, y en el trato social un empaque y una forma naturalísima de cortesía, muy española pero también muy de hombre de mundo. Dentro de la vida universitaria, asumió con un estilo personal de gran calidad las tareas docentes y contribuyó eficazmente a la formación humanista y especializada de los jóvenes y al avance de ideas y conocimientos. Creo que Francisco establecía una clara distinción entre esos empeños, que hizo suyos, y la red social del mundillo académico. Fue tan selectivo en sus relaciones dentro de ese ambiente, como llano y generoso con quienes, no sé bien por qué, quizás por simple discreción, ganábamos su amistad. Por otro lado, su familia era quizás el núcleo principal de un grupo entrañablemente unido y al mismo tiempo abierto, de españoles que supieron conservar en el exilio el talante intelectual, los estilos, arte y gracia de la vida española en el tiempo de su formación y primera juventud.
Vuelvo a mi primer recuerdo de Francisco García Lorca. No sabía yo quién era cuando le oí comentar un libro en una de las sesiones a que he hecho referencia, No llevaba notas en la mano, como tampoco solía llevarlas cuando presentaba años después a los conferenciantes de la Casa Hispánica, o «Hispanic Institute» de Columbia University, que dirigió en los años anteriores a su jubilación. Sin embargo, las palabras y las oraciones fluían en perfecta coordinación, y cuando muy pocos minutos después Francisco bajaba de la tribuna había «dejado clavado», como decíamos, el libro o a la persona. Tan incapaz de prodigar elogios insinceros como de no cumplir con el invitado, ponía en juego sus dotes caracterizadoras para sacar a flote, como un buen retratista, lo auténticamente valioso de la persona y su obra. Los que nos iniciábamos en la ingrata tarea de la reseña breve, envidiábamos esa capacidad de improvisación, que era compatible con la perfecta estructura de la página hablada, la nitidez de la viñeta transmitida y la elegante sobriedad de la palabra2. Quiero dejar constancia de esas pequeñas joyas efímeras, y alegrarme de que hoy nos sea posible leer en su mayor parte los textos críticos más extensos de Francisco, que alguna vez temimos pudieran tener el mismo destino, víctimas del afán de perfección de su creador. Debo aclarar que el profesor García Lorca era solicitado por los foros más selectos, pero no se prodigaba como conferenciante.
Sin embargo, aceptaba algunas invitaciones de grupos modestos. Me parece característico que tuviéramos ocasión de escuchar, mucho antes de que se publicara, el extraordinario análisis de algunos poemas del Romancero gitano en un sencillo acto organizado por la asociación municipal neoyorquina de maestros de español y portugués. Es cierto que, por tradición, los profesores más prestigiosos hablaban una vez al año a ese simpático grupo de los miembros más sacrificados del hispanismo, que se reunían los sábados por la mañana, pero los conferenciantes solían comentar, sin previa preparación, temas muy generales. Llevar allí las primicias de algo tan esperado entonces por los entendidos como era la crítica de Francisco sobre la creación poética de Federico casi parecía una travesura. Después de escucharle, fui a su casa para hacer coro a las instancias de Laura, que se consumía de que permaneciesen inéditos estos preciosos textos. Sólo la sonrisa divertida de Paco obtuve por respuesta. No sé si en aquel caso, pero sí en alguna conversación en que se le preguntó por qué tenía tan poco interés en dar salida a sus manuscritos, nos dijo que asumía la obligación de conocer, antes de publicar, la abrumadora bibliografía sobre el sujeto de su indagación, y que ello le resultaba a veces penoso.
De ahí pasan los apuntes de mi charla, que sirven de cañamazo a estas páginas, a intentar explicar algo que vislumbré por intuición, a través de la continuada lectura de la obra crítica de Francisco y de estrecha amistad y vecindad durante muchos años con la familia de D.ª Gloria Giner, Paco y Laura García Lorca, sus hijas, hermanas y sobrinos. Algo especial había en el aire que en aquella casa se respiraba. Fluían impresiones de primera mano y recuerdos sobre libros y música, personas, hechos e ideas, siempre en el tono afable de una sobremesa; los comentarios al vuelo de Paco, las más veces llenos de humor, dejaban entrever un trasfondo de sabiduría, tan arraigada en la tierra y la tradición como en el conocimiento. Todo ello, y también los breves silencios que acompañaban un cambio fugaz de expresión al abordar ciertos temas, nos iban dando a los amigos, que éramos fuera de toda relación académica también discípulos, una respuesta a la pregunta que, por respeto, yo no habría formulado jamás: ¿qué fue para ti Federico, además de tu hermano mayor y de lo que es para todos?
No había yo pensado abordar esta relación cuando proyecté mi charla, pocos años después de la muerte de Paco. Tenía simplemente el propósito de animar a mis amigas a la lectura de sus estudios críticos sobre los clásicos españoles, que a la sazón eran poco conocidos en Madrid. Pero el tirón de la memoria, la perspectiva de un auditorio íntimo, la oportunidad de contrastar mi opinión con quienes mejor me podían decir si acertaba, me llevaron a escribir una cuartilla, que copiaré ahora, sobre el papel que desempeñó Paco al lado de Federico.
El modo crítico de Francisco García Lorca se centra en la búsqueda de los incógnitos resortes que entraron en juego cuando se fraguó una obra de arte hacia la que el estudioso siente una profunda adhesión. Sus libros y estudios se realizan siempre desde una actitud de proximidad, de identificación con el texto comentado, que no excluye la destreza en el proceso de desmontar los recursos e identificar los hilos que parten de la tradición literaria o de la experiencia vivida para integrarse en la obra.
La mayor parte de estas calas se realizan sobre la poesía del hermano mayor. Sospecho que tal ejercicio de indagación se inició de modo intuitivo con el despertar mismo de su mente a la vida de la cultura. La actitud analítica debió hacerse consciente a lo largo de la niñez de Paco, cuando Federico llenaba la casa de música, poemas y obritas teatrales. La interacción alcanzó fecundo desarrollo a lo largo de la etapa creadora del poeta, mientras iba en aumento la mutua admiración que unía a los dos hermanos, tan diversos en su talante como coincidentes en sus posiciones ideológicas, su visión del mundo y sus criterios artísticos. Me parece lícito suponer que el genio de Federico tensó su portentoso pulso creador en el intercambio de pensamientos y reacciones estéticas con la mente sagaz y reflexiva, y la afinada sensibilidad de su hermano menor, quien pronto adquirió el perfil de un hombre de letras imbuido de la cultura europea de la modernidad. Lector infatigable, Paco no tarda mucho en posesionarse de las inquietudes y las formas de acoso al proceso creador que constituyen la actitud crítica más propia de su generación.
La aguda percepción de calidades artísticas de que estuvo dotado Francisco García Lorca debió apuntar ya en su infancia, marcada por esa situación singularísima de ser el inmediato receptor y casi el colaborador de la obra que crea su hermano. Y digo colaborador, porque en gran parte él guiaba las lecturas de Federico, que cuando marcaban un rumbo afín al propio, podían resultar influencias decisivas en la configuración de sus varios estilos. Además, Paquito exigía y alentaba; tal vez sugería matizaciones nuevas, y probablemente se percató antes que nadie de que su hermano era un creador de primera magnitud. La relación filial que unió a ambos hermanos desde la adolescencia con Manuel de Falla y don Fernando de los Ríos se cimentó, en buena parte, por la vocación de hombre de letras del menor, y no cabe duda de que éstos fueron encuentros determinantes para dar pronto a Federico la conciencia de su valer, y orientarle en su búsqueda independiente de una formación intelectual y musical sólida y al día.
Otra importante labor de Paco tuvo lugar en el seno de la propia familia, pues la generosidad del padre con el hijo escritor, que le permitió buscar en libertad su voz propia y experimentar con géneros y estilos, se fundaba en la valoración de su genialidad y vocación poética. Si las cartas de la madre indican que por sí misma apreciaba la calidad de la obra de su hijo, el padre, que no tenía la misma inclinación a la literatura, se dejó guiar por los criterios de su familia. La influencia del hijo menor resultó probablemente decisiva, pues, además de ser también afectuoso, listo y simpático, de forma más callada que el brillante e imprevisible hijo mayor, proporcionaba al padre la tranquilidad de verle cumplir etapas y asumir obligaciones en su vida de estudiante. Por cierto, que tampoco lo hacía con docilidad al sistema, sino buscando, como sabemos, los maestros auténticos, y colaborando, entre juegos y veras, en las actividades renovadoras del núcleo artístico aglutinado en torno a su hermano.
No vamos a estudiar los trabajos de Paco sobre Federico, pero sí apuntar que su labor critica, cualquiera que sea la obra analizada, se realiza siempre desde esa actitud de proximidad, de reconstrucción de alguna faceta del proceso creador, que fue adquirida mediante su estrecho seguimiento de cuanto su hermano escribía. Tal identificación con el texto comentado no excluye que sea sometido a un proceso analítico a través del cual queda identificada la clave que lo individualiza, y se discierne la trama de los varios hilos, que parten de la tradición literaria, o de la misma experiencia, para integrarse en la obra de arte.
Dejando aparte publicaciones de juventud, el primer estudio crítico de Francisco García Lorca que vio la luz fue su libro sobre un granadino tan próximo a él en el tiempo, que de haber alcanzado una edad avanzada, habría mantenido sin duda una relación amistosa, y acaso dialéctica, con el joven grupo intelectual que surgió en torno a Federico y Francisco. Ángel Ganivet. Su idea del hombre (1952) indaga sobre las propias raíces. La vida intelectual de Granada tenía por los años veinte un tono más cosmopolita que cuando se aglutinaba en torno la tertulia de la Fuente del Avellano, pero la generación joven se sabe heredera de aquel núcleo anterior y guarda su sabor recoleto, y su amor callado por el singular entorno de naturaleza y arte, que concilia las huellas de dos religiones y culturas en litigio, en el que los granadinos de cualquier tiempo despiertan a la vida.
Entre otras notas comunes, los amigos de Ganivet y los de García Lorca tienen plena conciencia de la idiosincrasia histórica del reino nazarí y su valor emblemático dentro de la literatura de Occidente, pero reaccionan contra los excesos exoticistas en que cayeron muchos escritores románticos, post-románticos y modernistas en sus evocaciones del pasado. Unos y otros se centran en otras facetas de la ciudad y el campo que la circunda. La lúdica productividad del grupo lorquiano, que se autodenominó «El Rinconcillo», nos ha legado, además, traviesos textos paródicos, que dan fe de la precoz habilidad retórica y verbo cómico, no sólo de los hermanos García Lorca, sino de varios prosistas importantes en ciernes, como Antonio Espina, Melchor Fernández Almagro, Ernesto Jiménez Caballero y en el campo de la historiografía literaria José Fernández-Montesinos. Ahí están, como muestra, los dos números de la revista Gallo, y sobre todo los poemas que se atribuyen al apócrifo poetazo de línea postromántica Isidoro Capdepón Fernández. Fruto de una divertida colaboración entre jóvenes escritores que ponían en solfa las actividades académicas más tradicionales, la génesis de estos poemas fue comentada por Francisco. Ofrece un ejemplo de creación colectiva, que sin duda era posible solamente en este plano humorista. Al mismo tiempo la broma da indicios de la receptividad del poeta a la participación de las personas de su círculo en ciertas facetas de su producción literaria. Y sobre todo nos muestra cuánto le gustaba orquestar esa bulliciosa actividad creadora que surgía en torno suyo. Tras la firma del apócrifo, se oculta el propio Federico, en una alegre tarjeta colectiva a Paquito, instalado en 1923 en la madrileña Residencia de Estudiantes.
Después de andar a vueltas, en su juvenil poesía paródica, con los tópicos de la materia de Granada y los ritmos que en torno a ella desarrolló el romanticismo, pienso que en su madurez, Federico practicó ocasionalmente un sutil juego de elisiones, que remiten oblicuamente al pasado de su tierra como símbolo de refinamiento material y sensualidad. También recogió el eco amortiguado de ciertas leyendas, como la muerte de los Abencerrajes y «el suspiro del moro», cuando creó su propia simbología granadina. En cuanto a Francisco, entre los pocos poemas del exilio que de él se conservan, surge una implícita y dolorosa evocación de Granada. En palabras de Mario Hernández: «La mítica, femenina ciudad del romance fronterizo ("Si tú quisieses, Granada"...) sigue viva en estos heptasílabos, mas la visión es otra: vislumbre de un rostro que atrae y se descubre con odio en la mirada». De nuevo señala el crítico la visión elegiaca en el sobrecogedor soneto de Francisco «A veces, mientras hablas a solas, padre mío»12. Las páginas iniciales del libro sobre Ganivet nos muestran otro modo de abordar el recuerdo, caracterizando el espíritu granadino que se desarrolló en la Edad Moderna, cuando el movimiento histórico se apartó hacia otros centros: «[...] tiene [Granada] la melancolía de ese mestizaje espiritual, sentido de frustración, recogimiento, recelo, todo ello como aplastado por la extraordinaria belleza del medio».
Para Francisco, la elección de Ganivet como tema de tesis doctoral debió ser casi inevitable. Le llevaba a profundizar en lo suyo desde el exilio, evitando al mismo tiempo someter a juicios ajenos, como sucede en el proceso de doctorarse, su percepción del arte de Federico, que estaba ya formada en gran parte pero aún no había plasmado como obra crítica. Recurriendo de nuevo a mis recuerdos, puedo consignar que, según refería él mismo, cierto profesor comentó durante la defensa de la tesis que el análisis tendía puentes, para dar coherencia al pensamiento del escritor estudiado, a lo que el doctorando respondió que había reconstruido una hilación discursiva subyacente, porque el autor revela de modo fragmentario sus ideas y su visión de la vida. Calibrando hechos y estilos, Ganivet. Su idea del hombre explora el proceso de una evolución conceptual y vital, a través de un estudio de las obras, abordado en su dimensión filosófica y psíquica, tanto como en el análisis de rasgos literarios. La actitud del escritor frente al entorno, campestre y urbano, y las personas que inciden en su vida, es objeto de reflexión profunda en este libro, como los será en Federico y su mundo.
Francisco dejó otro núcleo de estudios sobre obras más alejadas en el tiempo, pero que también le acompañaron su vida entera. Me refiero a sus monografías sobre obras maestras, líricas y narrativas, del Siglo de Oro. Cada una de ellas se centra en un elemento compositivo que da al texto su significación profunda. Muy brevemente, para cerrar estas notas, observemos como ejemplo, siguiendo el orden de aparición del trabajo, las lecturas de El Licenciado Vidriera de Cervantes y del Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. «El Licenciado Vidriera y sus nombres» se inserta en una línea de reflexión sobre la invención onomástica cervantina que comprende también «Los nombres en el Quijote». No se trata sólo de mostrar la adecuación del nombre a los rasgos del personaje, sino de un proceso en que éste se perfila a tenor de cómo es nombrado diversamente por otros, y por el autor. Nombrar es crear, y Cervantes hace al lector partícipe de la alegría y sensación de poder que le proporciona tal juego. El lúcido protagonista de la novelita ejemplar sabe hacia dónde quiere ir y avanza rápido, mientras se le llama Tomás Rodaja, pero cuando el curso de su vida se estanca por la enfermedad de su mente, que ya sólo le sirve para decir verdades e ingeniosidades, se convierte en el Licenciado Vidriera. El nuevo nombre -y su derivación, más próxima al primero, «señor Redoma», que apunta en labios de un mozo de mulas- da indicios de la imaginaria fragilidad material y la transparencia mental del personaje, hasta que, recuperada la salud, surge el apellido auténtico, Rueda, sobre el que fue construido Rodaja. Ahora el Licenciado Rueda intenta rehacer su personalidad entera. El círculo va a cerrarse, pero el curso vital se tuerce, dado que el hombre de letras muere, aun antes de perder la vida, cuando asume el destino no buscado de hombre de armas.
La novela ejemplar se ha configurado en tres fases, marcadas por tres nombres de dos elementos cada uno. En la etapa final, la pérdida del primer componente, el de Licenciado, simboliza la desintegración de la persona.
Francisco García Lorca nos entregó en varías monografías su exégesis cervantina, que llevaba camino de unificarse en un estudio extenso. En cambio, dio forma de libro a su asedio al arte poético de San Juan de la Cruz15 a través de esa «escondida senda» -cita e imagen en la portada- que lo enlaza con Fray Luis de León. Si a Garcilaso se debe la invención de la lira, y gracias al ingenio menor que vertió «a lo divino» su canción amorosa, la nueva lírica renacentista estuvo, como mostró Dámaso Alonso, en manos del joven carmelita, la poesía mística de éste se deriva de una intermedia y poderosa corriente, que le es profundamente afín: las odas de Fray Luis de León. La demostración de esta tesis se realiza en De Fray Luis a San Juan por medio de un complejo asedio al lenguaje poético de cada uno de ellos. El crítico somete a análisis: el léxico; la cristianización de los mitos paganos, especialmente los relacionados con la naturaleza y la música; la inspiración bíblica directa del texto hebreo, con la consiguiente renovación de la simbología religiosa; las simples asociaciones mentales; los medios estilísticos, como la adecuación de formas estróficas y la modulación del verso. Todo ello se estudia con metódica minuciosidad, utilizando el lenguaje pero no los procedimientos de análisis tradicionales, que son emblemas de evolución estilística y convergencias de pensamiento. Causa sorpresa que un procedimiento tan minucioso no canse nunca, pero tal atractivo se explica por la luz que el método depara y la importancia de las conclusiones. Además, la belleza y claridad de la prosa expositiva convierten en puro deleite la lectura de este libro, en el que filología y arte se dan la mano. Los que empezamos a sentir admiración por Paco escuchándole, encontramos su voz plasmada en la tersura y profundidad de esta obra.
Los amigos de Francisco García Lorca retratan al hermano oculto del poeta
Un centenar de cuadros, dibujos, documentos, libros y fotografías recogen la biografía de Francisco García Lorca (Fuentevaqueros, 1902-Madrid, 1976), eclipsado por su hermano Federico, que aparece como poeta, crítico literario, diplomático en Túnez, Egipto y Bélgica y profesor universitario en Estados Unidos durante el exilio. La Huerta de San Vicente, de Granada, y la Residencia de Estudiantes, de Madrid, han preparado una exposición para conmemorar el centenario de su nacimiento, con los testimonios de sus amigos y la relación con artistas e intelectuales.
Los materiales originales que forman la exposición Francisco García Lorca, 1902-1976 provienen de la familia García-Lorca de los Ríos y la Fundación Federico García Lorca, con sede en la Residencia de Estudiantes, de Madrid (Pinar, 23, www.residencia.csic.es). El montaje ya se presentó en la Huerta de San Vicente y en la Residencia se abre al público mañana y hasta el 20 de abril.
Los hermanos Federico, Concha, Francisco e Isabel García Lorca están unidos por Granada, la Guerra Civil, la tragedia, el exilio y la cultura de la República. "Los familiares cuentan que Concha y Federico eran los más alegres y Francisco una mezcla de alegre y muy reservado. Francisco es poco conocido, en la sombra, por la proyección de su hermano, pero es un personaje atractivo, un gran poeta, cosmopolita, que vive la bohemia parisiense y tiene reconocimiento en el exilio académico de Estados Unidos", declara el historiador Juan Pérez de Ayala, comisario de la exposición.
Laura García-Lorca, hija de Francisco, directora de la Huerta de San Vicente, interviene en la organización y selección de las piezas expuestas. Trae para la inauguración la edición de la poesía de su padre, publicada por la Diputación de Granada, una novedad al estar perdida la edición de 1984 de la Editora Nacional. Formaba parte de los papeles que dejó al morir. Junto a la poesía del exilio, una novela inacabada, Romance en 15 días al lado del mar; el ensayo Federico y su mundo, que apareció en Alianza en 1980, y otros inéditos, como Relojes, que aparece en la exposición y en el catálogo.
Bohemia parisiense
Un retrato de Francisco (Paco y Paquito, en familia) de Manuel Ángeles Ortiz, fechado en 1924, abre los primeros años de Granada, desde su nacimiento, junto a otros retratos de Federico por Barradas. Durante este tiempo, escribe poesía antes de su hermano (dedicado a la música), estudia Derecho en Granada y prepara el doctorado en la Residencia de Estudiantes. Los años de formación se prolongan hasta 1930, en Madrid y París, donde conoce la bohemia artística, con Joaquín Peinado, Manuel Ángeles Ortiz, Hernando Viñes, Luis Buñuel. Con becas de la Junta para la ampliación de estudios, realiza cursos en Burdeos y Toulouse. Con Federico, pone en marcha la revista Gallo (1928), de la que se publican dos números, y decide hacer oposiciones al Cuerpo Diplomático.
La carrera diplomática abarca desde 1930 a 1939, con destinos en Túnez, El Cairo (donde se entera de los asesinatos de Federico y de su cuñado Manuel Fernández Montesinos, alcalde de Granada, casado con Concha), Barcelona y Bruselas. La siguiente etapa es la de profesor universitario y su exilio en Nueva York, entre 1939 y 1957, donde trabaja en la Universidad de Columbia como lector de literatura española del siglo XIX y literatura comparada, con cursos en México y Cuba. Publica un ensayo sobre el teatro de Federico, prepara la edición crítica de la obra de su hermano y aparece Ángel Ganivet. Su idea del hombre, en Losada. Su familia logra salir de España y se reúnen en Nueva York, donde se casa en 1942 con Laura de los Ríos Giner, hija de Fernando de los Ríos. La amistad con Esteban Vicente aparece en la exposición con un collage, como ocurre con otros artistas, como Dalí (un putrefacto titulado El Napoleón, dedicado en 1925 "a Paquito con muchas ganas de ternerlo aquí"), José Guerrero, Antonio Rodríguez Luna, Arturo Souto, José Caballero y Cristóbal Ruiz.
La última parte está dedicada a su trabajo como escritor y crítico literario, a partir de la redacción de Federico y su mundo, que será editada tras su muerte por Mario Hernández, sus viajes a España, como ocurrió con De Garcilaso a Lorca, por Claudio Guillén, y la publicación de De fray Luis de León a san Juan. La escondida senda. El montaje termina con un retrato por su hija Gloria García-Lorca, de 1978. Juan Pérez de Ayala, experto en Lorca y en las generaciones del 14 y el 27, declara que los artistas presentan un personaje desconocido que contribuyó a difundir y estudiar las claves familiares y populares de Federico. El catálogo, junto a la reproducción de las obras expuestas, contiene ensayos de Manuel Fernández Montesinos, Mario Hernández y Andrés Soria Olmedo, además de una cronología de Juan Pérez de Ayala, con numerosas fotografías, y una breve antología con textos de Francisco García Lorca.
La Huerta de San Vicente dedica una exposición a Francisco García Lorca
David Moya 7-2-2003 El País
Una exposición inaugurada ayer en la Huerta de San Vicente da a conocer la trayectoria vital y la obra de Francisco García Lorca (1902-1976), hermano del poeta de Fuentevaqueros, diplomático de profesión y exiliado tras la guerra civil en Nueva York, donde ejerció como profesor de literatura española en varias universidades hasta su regreso a España en 1967. Además de una amplia selección de cartas, fotografías, documentos personales y manuscritos, la exposición incluye exquisitos cuadros y dibujos de artistas destacados como Salvador Dalí, José Guerrero, Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado, Arturo Souto, José Moreno Villa, José Caballero o Esteban Vicente, entre otros, pertenecientes a la colección privada de Francisco García Lorca.
Poemas en la sombra
El hermano de Federico, cuatro años menor que el poeta, fue un hombre muy «reservado» tanto en lo que respecta a su vida como a su obra,y esta forma de ser se acentuó aún más tras el asesinato de su hermano, hasta el punto de que sólo tras su muerte se conoció y editó su producción literaria más destacada, unos poemas escritos en la década de los cuarenta en los que llora la pérdida de su hermano, de indudable influencia machadiana y en los que se aprecia la huella de Federico. «Su elección fue vivir una vida muy privada, en la sombra, y sólo después de su muerte descubrimos que era un poeta de primera categoría, y que había una novela inacabada en un cajón. Fue una actividad creativa que mantuvo totalmente en secreto», explicó ayer su hija, Laura García Lorca, directora de la Huerta de San Vicente.
Tras estudiar Derecho en Granada y cursar una beca en París, donde mantuvo relación con algunos de los artistas españoles que vivían en la capital francesa como Manuel Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado o Hernando Viñes, en 1931 aprobó oposiciones al cuerpo diplomático y destinado a Túnez y El Cairo, donde en agosto de 1936 le sorprendió la noticia del asesinato de su hermano y de su cuñado, alcalde de Granada, Manuel Fernández Montesinos. Durante la guerra civil vivió en Bruselas y Barcelona, hasta que en 1939 se exilia junto a su familia en Nueva York, donde a pesar de llevar «una vida muy rica junto a otros artistas y humanistas exiliados, aquella vida no era lo que tenía que haber sido, sobre todo por el asesinato de Federico. Si mi padre era reservado, la pérdida de su hermano lo silenció aún más», recordó Laura García Lorca.
El comisario de la exposición, Juan Pérez de Ayala, explicó que Francisco empezó a escribir poesía antes que su hermano, pero abandonó esta aficción y no la recupero hasta la década de los cuarenta, en que escribe sus mejores versos, editados en 1981, aunque subrayó que «su intento de producción literaria más serio fue en el terreno de la narrativa, con la novela que dejó inacabada». Esta exposición sobre Francisco García Lorca, que permanecerá abierta hasta el próximo 9 de marzo, se exhibirá posteriormente en la Residencia de Estudiantes de Madrid del 21 de marzo al 20 de abril.
ENTREVISTA:
10 JUL 1980El País
Dentro de unos días, en este mismo mes de julio, aparecerá, publicado en la prestigiosa colección de Alianza Tres, un libro de Francisco García Lorca: Federico y su mundo. Muerto el autor en 1976, hemos pedido unas declaraciones sobre este importante libro póstumo al preparador de la edición, Mario Hernández, quien a su vez prepara, para la misma editorial, la serie Obras de Federico García Lorca, revisión crítica de los textos del poeta en veinte volúmenes.
Pregunta. ¿Cómo es que este libro no se publicó en vida de Francisco García Lorca?Respuesta. Aun tocando un lado tangencial del problema, puede decirse que las similitudes de carácter entre los dos hermanos, una cierta raíz común de comportamiento, han sido muy grandes. Me refiero en este caso, dejando a un lado las matizaciones, a una escasa ambición por publicar. Más aún: ambos hermanos han sido máximos representantes, cada uno en su estilo, de una cultura oral, necesitada de oyentes directos. Por otro lado, Francisco (nuevamente como su hermano) repensaba y modelaba mentalmente sus escritos, apenas sin notas, durante largo tiempo. Sus manuscritos, asombrosamente, carecen casi de tachaduras, nacían prácticamente en su forma definitiva, por complejos y densos de pensamiento que fueran. Federico y su mundo es, finalmente, la culminación de otros estudios parciales, dispersos en revistas especializadas o publicados como prólogo a traducciones de la obra de Federico al inglés. Por su excepcional calidad interpretativa hay que citar, por ejemplo, la introducción a Three Tragedies, cuya primera edición, aparecida en Nueva York, es de 1947.
P. Tengo entendido que el libro quedó inacabado. ¿Puede explicar este aspecto?
R. Federico y su mundo es un libro voluminoso en cierta medida, de algo más de quinientas páginas. Quiero decir con esto que es un estudio que atiende a casi toda la obra de Federico García Lorca. Sí, es cierto que quedó inacabada una ya amplia introducción biográfica, más algún capítulo suelto. Por otro lado, era necesaria una revisión de los originales y puesta a punto final del conjunto, tarea para la que he contado con la ayuda constante, día a día, de la viuda del autor, Laura de los Ríos.
P. Al margen de su labor crítica, ¿Francisco García Lorca dejó también obra literaria?
R. Habría que hablar, para responder detenidamente a esto, de la Granada y el Madrid de los años veinte. Francisco, como su hermano, «militó» en la renovación literaria de aquella época, publicó algunos poemas juveniles, fue director de la revista Gallo, mantuvo una cordialísima amistad con Falla, escribió una novela que Federico encomió enormemente en una carta a Guillén, tuvo amistad con Prados, Altolaguirre, Buñuel, Manuel Angeles Ortiz, Joaquín Peinado, etcétera. Aunque él procedía de las aulas de Derecho (con más seria dedicación en este terreno que su hermano), no por ello dejó de participar, aun distante, de aquella efervescencia creadora.
Federico tuvo siempre por él una gran admiración, además del natural cariño. Para citar un ejemplo: tanto el Libro de poemas como Canciones tomaron forma definitiva a partir de la criba y selección conjunta que hicieron los dos hermanos, apoyado Federico en el criterio de su hermano Paquito como le nombrará en la dedicatoria del Libro de poemas. Francisco García Lorca, sin embargo, se incorporó a la carrera diplomática en 1931, ocupando diversos cargos en Túnez, El Cairo y Bruselas, hasta 1939, año en que se exilia en Estados Unidos, dedicándose desde entonces a la enseñanza, especialmente en la Universidad neoyorquina de Columbia, donde se jubilaría, siendo nombrado profesor emeritus. De sus años de exilio es una reducida obra poética, poesía de claridad y delicada transparencia personalísima. Pero vueltos a Federico y su mundo, y haciendo abstracción, por el momento, de los ensayos críticos que contiene, las páginas biográficas son de una calidad literaria única.
P. ¿Puede resumir el contenido y novedad de este libro?
R. El título, en principio, es bien significativo. Ese aludido «mundo» supone, en lo biográfico, una maravillosa recreación del ambiente y personajes de los pueblos de la vega granadina, donde transcurrió la niñez del poeta. La genealogía familiar nos descubre tipos dignos de un Galdós, y no por mengua en la descripción. La ciudad de Granada, a la que la familia se trasladó en 1908, da pie a magníficas semblanzas de personajes como Fernando de los Ríos o Manuel de Falla, tan ligados a la familia García Lorca. Queda revivido el ambiente de la juvenil tertulia del Rinconcillo, que se reunía en el café Alameda, de Granada, y se evocan figuras diversas, desde la criada Dolores, la Colorina, a profesores de colegio y universidad, incorporados luego al teatro de Federico.
Es todo un mundo de vivencias por el que comprendemos que el poeta procede de un medio de extraordinaria riqueza humana, que él luego reinventaría en su obra. Ahí está lo granadino, lo andaluz, lo español del poeta. No menor importancia tienen los estudios dedicados a la obra. Están referidos a todas y cada una de las obras teatrales, a una parte sustancial de la poesía, y a las actividades artísticas del poeta, ya sea su dedicación a La Barraca, a la música o al dibujo. Algunos de estos estudios, de los que destacaría de manera especial los dedicados a La casa de Bernarda Alba, a Amor de don Perlimplín,al Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, nos descubren aspectos que aparentemente la crítica no ha sabido ver hasta ahora, observaciones de una enorme agudeza y trascendencia para la comprensión de la obra lorquiana. El autor deshace además muchos de los tópicos que se han convertido casi en carta de naturaleza en tomo al teatro y la poesía de su hermano. No son, pues, estudios únicamente apoyados en recuerdos biográficos que posibiliten un entendimiento en exclusiva, suponen un largo pensar y un profundo conocimiento de la tradición literaria española en la que se inserta Federico García Lorca.
P. ¿Recoge Federico y su mundo algún texto inédito del poeta?
R. La aludida parte biográfica reproduce, en efecto, algunas prosas juveniles, de 1916, y los primeros poemas que salieron de la pluma de, Federico, todavía con su evidente inmadurez. El libro se cierra con tres importantes prosas inéditas: las conferencias Sketch de la nueva pintura y Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre, más una presentación, hecha en Nueva York, de Antonia Mercé, la Argentinita. Destaco sobre todo la segunda conferencia, una de las más hermosas que Lorca escribió. El la daba sentado al piano, cantando con su propia voz las canciones que ilustran esa su descripción de Granada a través de la rueda de las cuatro estaciones y de los cantos granadinos que las definen.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de julio de 1980