“Una plaza que, arrabal primero, había de ser, andando el tiempo, el punto más céntrico de la exuberante vida de la capital de España”
Manuel Escrivá de Romaní y de la Quintana (1871-1954), XII Conde de Casal, escritor e historiador, concejal en 1924 del Ayuntamiento de Madrid
“La antigua Puerta de Guadalajara, que daba acceso al primitivo Madrid por su lado de Oriente y que estaba situada en la hoy llamada calle Mayor, en el trozo conocido por Platerías, fue trasladada, al hacerse el segundo ensanche de la Villa, a una plaza que, arrabal primero, había de ser, andando el tiempo, el punto más céntrico de la exuberante vida de la capital de España. Alineada la mencionada Puerta por las desembocaduras de las calles que hoy conocemos con los nombres de la Montera y de Carretas, se transformó en 1520 en castillete defensivo ante las revueltas de las célebres Comunidades castellanas, adornado en su anverso por un Sol, motivo decorativo de nuestro mudejarismo, fue también, como en el caso presente, había de dar nombre a otra célebre puerta de la ciudad toledana, ya que mirando ésta a Occidente y a Oriente aquélla, no es presumible, como creen algunos, debieran su denominación directamente al luminoso astro. Años después, en el de 1570, según López de Hoyos, que parece ser el cronista más antiguo de dicha plaza, fue derribada la puerta para ensanchar y desenfadar una tan principal salida. Mezquina era ésta, en efecto, no tan sólo en los antiguos tiempos, sino también en los modernos hasta su actual reforma, planeada en 1856 y terminada en l86l.
Su alargado espacio, aunque en dimensiones mucho menores, guardaba relación con el actual, y mayor en la época en que se hizo el plano de Teixeira, que es del año 1656, siendo sus lados más distantes los comprendidos entre la iglesia-hospital del Buen Suceso, que Carlos V reconstruyó en l559, donde hoy se levanta el Hotel de París, y las sencillas casas que en la parte opuesta pertenecieron en el siglo XVI, y según Mesonero Romanos, al Conde de Fuentes, primero, y al de Clavijo, después. Dice Fernández de los Ríos, en su Guía de Madrid, que en ese mismo sitio se encontraban en el siglo XVI unas mancebías públicas que el Emperador hizo trasladar al lugar que en la calle después llamada del Carmen, y tal vez para santificarlo, se levantó el convento que le dio el nombre, cuya iglesia todos conocemos, como conocimos también, hasta hace pocos años, las lóbregas covachuelas sobre las cuales aparecía edificada. No lejos de ella, y haciendo esquina con la plaza, existía por entonces la primitiva Inclusa de niños expósitos, por dos veces trasladada, hasta ocupar el solar de la calle de Embajadores en que hoy se encuentra. Las descripciones gráficas más antiguas que de la Puerta del Sol conocemos, y de las que guarda la más completa colección nuestro compañero de Comisión D. Félix Boix, como puede verse en esta Exposición, son las láminas grabadas al aguafuerte por Meunier en el siglo XVII, tal vez en el año 1665, y que son entre las antiguas las únicas tomadas del natural, pues las editadas en el XVIII fueron interpretadas tan caprichosamente como salta a la vista del menos escrupuloso observador.
Del siglo XIX son la dibujada por Ribelles y grabada por Alejandro Blanco pata representar los sucesos del año ocho, en los que tan importante papel jugó la plaza, que han sido perpetuados en la lápida colocada en la fachada del Ministerio de la Gobernación; las dos del Viaje de La Borde en 1820; el álbum de litografías del natural, por Lewis, que con el título de “Spain & Spanish caracter” se publicaron por los años 1833 y 34; las que avaloran la Historia de la Villa y Corte de Madrid, por Amador de los Ríos y Rada y Delgado, y aquellas que representan uno de los proyectos de la reforma iniciada por decreto en 1856, y que se dedicaron al ministro Conde de San Luis, no dejando de ser curiosas las fotografías tomadas de los derribos que ésta ocasionó; todo lo que constituye, con algo más, la interesante parte gráfica de esta sección, que dará al curioso visitante idea bien aproximada de lo que al través de los tiempos ha sido la importante plaza madrileña, de la que formó parte integrante y principal la célebre fuente de la Mariblanca, mitológica deidad que, entre dos filas de cajoneras de mercado y presidiendo la pública barbería de aguadores de que hace mención el Sr. Gómez de la Serna, saciaba sobre barroco pedestal la sed de trajinantes y de bestias con las cristalinas aguas de los Viajes Antiguos, embelleciendo a la vez el lugar más frecuentado por los madrileños de todas las épocas: de los desocupados fabricantes de tiempo, como de los que de uno u otro lado de la población tuvieran que pasar por tan obligado centro, a pie o en andariega muía, carroza, posta, calesa o coche, hasta llegar a los días de los tranvías y automóviles; y según se dirigieran a las cercanas Gradas de San Felipe para formar parte del célebre mentidero y hablar mal del Conde Duque, mientras se admiraba al mismo tiempo la exposición de algún cuadro notable de los que hoy guarda con orgullo nuestra nacional pinacoteca, o ya más tarde, y entrado el siglo XIX, hubieran de emprender largos y penosos viajes ante la recién construida Casa de Cordero, que por sus alturas y demás dimensiones causaría impresión parecida a la que hoy el novísimo Círculo de Bellas Artes.
Pero la historia de la Mariblanca, y la del amplio pilón que después de la reforma vino a sustituirla, con su grandioso surtidor del Lozoya que en forma de amplio canastillo refrescaba el espacio en clásicas solemnidades, como la narración de los sucesos políticos que en más de una ocasión ensangrentaron el por tantos años descuidado pavimento de la plaza, entran en la esfera propia de otras secciones de este catálogo, donde plumas más seleccionadas que la que esto escribe sabrán renovar pasados recuerdos, completando debidamente los que aquí se evocan; por lo que para terminar nuestro estudio dentro de los prudentes límites que nos están señalados, hemos de concretarnos a decir: que la importancia que siempre tuvo la tradicional Puerta del Sol, se debió a lo céntrico de su posición, no a la ornamentación demasiado pobre de sus edificios, pues nunca respondieron a su importancia, ni aun los públicos como el primitivo Buen Suceso, ni el Principal, como se llamó al hoy Ministerio de la Gobernación, levantado para Casa de Correos en 1768 sobre el solar de treinta y tantas casas, cuya insignificancia puede calcularse por su número. En la actualidad, si son mayores los perímetros de los que en forma elíptica hicieron desaparecer, al levantarse, la calle de Cofreros y la de la Zarza hasta lindar con la moderna de Tetuán, la vulgaridad de sus fachadas, desprovistas de toda ornamentación, marca el estilo anodino de su época, caracterizado, en cambio, por una armonía de altura y de dibujo que hoy se trata de evitar, no siempre con acierto, en la moderna arquitectura madrileña.
De la antigua sólo queda en la plaza, después de sufridas algunas reformas, el aludido Ministerio, cuyos planos primitivos, encomendados al notable arquitecto 163 Ventura Rodríguez, viéronse suplantados luego a merced de la intriga, según afirma Fernández de los Ríos, por los de Jaime Marquet, empedrador francés venido a la Corte para trabajar a las órdenes de aquel afamado maestro del estilo neoclásico español. No hace honor al suyo el edificio que nos ocupa vetusto y destartalado, y si en un principio pudo parecer adecuado a su destino, hoy es insuficiente para albergar las importantes y múltiples oficinas que lo integran. Allá en lo alto de su fachada, y como remate de la misma, un reloj de amplia esfera y sonora campana marca la hora oficial por la que se rigen los madrileños; la clásica de las abluciones de la vigilia de San Juan, y la exótica de las uvas con que comienza una era de risueñas promesas rara vez cumplidas, mientras el Año Viejo pasa a la Historia llevándose tras de sí la mala nota de amargos desengaños, y llega el típico día de enero con el aire sutil del Guadarrama.”