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Serafín Álvarez Quintero se dirige a Pérez Galdós en El Retiro el 19 de enero de 1919

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Inauguración oficial en el Retiro, 1919, con el discurso de Serafín Álvarez Quintero
Serafín Álvarez Quintero: "Ha llegado para nosotros, devotos y amigos del excelso patriarca de nuestras letras don Benito Pérez Galdós, que emprendimos un día la empresa de darle realidad a esta estatua, el supremo instante, grato como ninguno, de hacer su entrega al excelentísimo Ayuntamiento de Madrid y su ofrecimiento al pueblo entero.
Tan cerca están uno de otro el instante de la iniciación de nuestro propósito y este instante, que no parece sino que no sean uno mismo, y casi podemos asegurar desde luego que en nuestro espíritu lo son. Tanto es así; que a ratos dudamos si es que nosotros hemos traído a este sitio del parque madrileño la estatua, o si la estatua estaba ya en él aguardando a todos, y sólo reserva a nuestro cariño y veneración el honroso deber de mostrarla.
¿Y por qué no ha de ser de esta suerte? ¿Es que la inmensidad de criaturas, hermanas nuestras en sangre y en alma, nacidas al soplo gigante de la de Galdós, no habrá labrado ya su estatua mil veces en el corazón de los españoles? Pues hela aquí, ésta es, esculpida en piedra catalana por un escultor de Castilla: sencilla y austera, tranquila, reposada, noble, representativa en su serenidad y en la solemne actitud de sus cruzadas manos del alto espíritu que supo crear una ingente obra, plena de viva realidad, y cuyas páginas exhalan, como un vaho de lágrimas, que sube al aire camino de los cielos, el amor a los menesterosos y a los humildes. Es nuestro Galdós.
Robustos pinos seculares sirven de inmediato dosel a su trono, ante el vasto fondo de árboles diversos con que lo ampara la naturaleza, como si de cerca o de lejos, con un esfuerzo de sus ramas, quisieran todos ellos que sus hojas prestasen sombra a la venerable frente del artista. Un eucalipto vigilante le habla de perenne salud... Un tierno almendro le ofrendará todas las primeras flores del año, emblema sin duda del cordial homenaje que la juventud de todos los tiempos ha de rendirle.
Es cierto: la juventud ama y amará siempre a Pérez Galdós; pero no menos que ella debe amarlo también la niñez, ya que con tan paternal predilección le ha tratado siempre su infantil y cristiano espíritu. Hay unos libros del maestro que debieran serles familiares a todos los niños españoles, porque, conteniendo la historia y la vida de un niño, son a la par lección de vida y lección de historia: Grabielillo Araceli, el niño héroe, que comienza la suya en Trafalgar y la acaba en los Arapiles; a través de las luminosas páginas de ella va sintiendo germinar en su alma las ideas y los impulsos fecundos y sanos que le conducen al amor y a la gloria.
En las aguas de Trafalgar, antes de oír el estampido del primer cañonazo, ya ve clara y distinta, como luz que en adelante le ha de guiar en su camino, la idea de la Patria, y en los patios de El Escorial se le entra a poco por el pecho la llama del honor, y se bate más tarde en Madrid, luego en Bailén, después en Zaragoza, enamorado de una mujer y de una bandera, y termina su vida novelesca con estas palabras, que son un himno alentador:
«Si sois jóvenes, si encontráis ante vuestros ojos montañas escarpadas, inaccesibles alturas, y no tenéis escalas ni cuerdas, pero sí manos vigorosas; si os halláis imposibilitados para realizar en el mundo los generosos impulsos del pensamiento y las leyes del corazón, acordaos de Gabriel Araceli, que nació sin nada y lo tuvo todo.»
No es ésta ocasión de hablar punto por punto de la obra magna del maestro, que no se oscurece ante la de un Dickens o la de un Balzac. Todos la conocéis; presente está en el juicio de todos. Ha escrito maravillosamente, con gracia infinita e inapelable fuerza pintoresca, la historia neta de este Madrid de sus amores durante medio siglo; ha novelado, con genial intuición, la historia de España en un siglo entero; ha estudiado con agudo análisis y piadoso designio hondos problemas de la conciencia; ha hecho pasar por la escena contemporánea tan grandes y bellas figuras de hombres y mujeres, que pueden lucir y deslumbrar aún en la patria del Burlador y Pedro Crespo, de la Estrella de Sevilla y la Niña de Plata.
Acepte en buena hora el excelentísimo Ayuntamiento de Madrid, digna representación de este pueblo hidalgo, que ama a sus glorias como el que más, la imagen en piedra del Galdós de estos días, y tengan lodos los madrileños siempre para ella el mismo fervoroso culto, el mismo entusiasmo sagrado, el mismo generoso cariño con que un escultor joven, de bravo aliento y médula española trabajó en sus manos que ya descansan, y en su frente incansable. Y usted, maestro insigne, que por dicha nos oye en esta hora de consagración, para nosotros inolvidable, pues en ella juntamos al suyo nuestros nombres, quédese con nuestra última palabra, condensación elocuente del anhelo de todos: ¡salud!".

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