Todo cuanto se haya escrito sobre la construcción de este bello como grandioso edificio de la Gran Vía, es de sumo interés para todos. El experto habla aquí. Lean.
IGNACIO DE CÁRDENAS Y EL EDIFICIO DE TELEFÓNICA DE MADRID
por Ignacio Navascués Palacio
Ignacio de Cárdenas, el que sería autor del edificio de la Telefónica en la Gran Vía, pertenecía a la llamada generación de 1925, de la que arranca nuestro «movimiento moderno» en arquitectura. Cárdenas había nacido en el crítico año de 1898 y en el no menos significativo de 1914 comenzó sus estudios de arquitectura en la Escuela de Madrid.
Allí obtuvo el título en 1924, siendo entonces director de la misma don Modesto López Otero, que era a su vez catedrático de la asignatura de Proyectos 1, Según declaración del propio Cárdenas: «Acababa yo de terminar en junio la carrera y por una serie de circunstancias me ofrecieron el cargo de arquitecto de la nueva compañía. Se me informó que yo haría los proyectos de cuantos edificios levantase la compañía, a excepción de tres: el de Madrid (cuyo anteproyecto saldría a concurso) y los de Barcelona y Sevilla, que por estar cercana la apertura de sus Exposiciones, se encargarían a arquitectos de estas ciudades. Todo ello buscando la mayor propaganda de la compañía». Fue de aquel modo tan sencillo como Cárdenas entró a trabajar en la Compañía Telefónica, si bien hemos podido conocer cuáles fueron las circunstancias que llevaron a aquélla a contratar a un arquitecto 25 recién salido de la Escuela, sin experiencia alguna, para ocupar un cargo de tanta responsabilidad. Bien pudiera ser que la misma juventud de Cárdenas les interesara sobre la hipotética madurez de otro colega más experimentado, por cuanto que la compañía buscó siempre una imagen que hoy diríamos joven y dinámica en aquellos momentos iniciales, más fácil contagiar a un recién graduado que a un hombre con determinada experiencia.
Por otra parte, la presumible responsabilidad de Cárdenas, que más adelante parece que fue total en orden a las construcciones de la compañía, en los primeros momentos se diluía en una auténtica oficina técnica que se llamó Departamento de Edificios. Dicho departamento, como los demás que componían el organigrama de la empresa, sean los de Ingeniería, Construcciones y Conservación, Compras, etc. estaban dirigidos por ingenieros extranjeros y personal vario de la I.T.T. como Caldwell, WaIker y Chair, por no citar sino los jefes de los departamentos mencionados. Del mismo modo el Departamento de Edificios contó con un director norteamericano llamado Aldrich Durant, con quien entró Cárdenas a trabajar. Ahora bien, este alto personal cualificado dejó nuestro país hacia 1927, enviado por la LT.T. a otros lugares en los que se repitió la experiencia espa- ñola. En ocasiones les sustituyeron aquí otros miembros de la empresa neoyorquina, pero también hubo ingenieros españoles entre los que reemplazaron a aquéllos. Así, en el Departamento de Edificios, fue Cárdenas quien vino a sustituir a Durant.
Al preguntarnos cómo surgió este insólito edificio en nuestra ciudad, resulta enormemente esclarecedor, una vez más, lo que nos dejó escrito Cárdenas sobre este punto: «Entonces, el Duque de Alba, que presidía el Consejo de Administración de Standard Eléctrica (compañía filial, también, de LT.T.), recomendó se encargase el trabajo -el anteproyecto del nuevo edificio- a don Juan Moya, profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid, arquitecto del Palacio Real y que recientemente tuvo un gran éxito por su reforma de la iglesia de San José y su anejo La Casa del Cura en un puro estilo barroco madrileño. El señor Moya puso por condición el que yo colaborase con él en el anteproyecto, gesto de compañerismo acrecentado al ofrecerme la mitad del importe de los honorarios a percibir. Piénsese en las diferencias que había entre los dos arquitectos. Moya, académico, en plena fama, que había sido unos años antes mi querido profesor, y yo, un arquitecto jovencísimo, sin experiencia alguna y que no se consideraba capaz de oponerse a cuanto el señor Moya le propusiera. Y empezamos a dibujar croquis con gran rapidez. Él en su estudio del Palacio Real (en la Plaza de la Armería), y yo en mi despacho de la Telefónica. Como la Telefónica quería que hiciésemos algo muy español, naturalmente nos inclinamos al Barroco de Madrid. Moya gozando con hacer otra vez algo muy barroco; yo aguantando mis aficiones a lo que entonces comenzaba a abrirse paso, al estilo moderno que se llamaba entonces "cubista", harto de tanto estilo Renacimiento español. Moya se lanzó a proyectar una fachada a la Gran Vía que cuajó en toda su altura de decoración barroca. Cada ventana estaba encuadrada por pilastras y frontones, hojarasca retorcida, conchas y no sé si angelotes que sostenían cada jamba. Algo de locura.
Y la portada que llegaba hasta el piso tercero o cuarto recordando por su epiléptica decoración a la del Hospicio madrileño, pero en peor. »Iba yo comunicando al señor Moya que los jefes de la Telefónica deseaban se hiciese algo más sencillo, menos atormentado, y el bueno de don Juan, a regañadientes, borraba un poquito, pero dejando siempre la profusión ornamental de su primera idea. Hasta que harto ya de tanta rectificación, se enfadó un día y presentó su renuncia sin querer cobrar ni un céntimo por el trabajo hecho y sin conseguir yo que lo siguiese. Entonces la Compañía decidió que juera yo el autor del proyecto de este edificio». Termina así un primer tiempo en la génesis del proyecto sobre el que merece la pena reflexionar, pues si bien es cierto que la disparatada idea de Moya de un rascacielos barroco, con la exuberancia ornamental de la arquitectura madrileña de 1700, no se llegó a ejecutar, no es menos cierto que en el proyecto definitivo tal y como hoy podemos ver hay un cálido recuerdo hacia Pedro de Ribera, probablemente exigido por la propia compañía coherente con aquel espíritu de encarnar sus edificios en las tradiciones de la arquitectura local. En efecto, si Cárdenas censuraba una portada que «llegaba hasta el piso tercero ó cuarto», hoy podemos ver dicha portada llegando a la planta tercera, si bien observaremos que a ésta hay que sumar la planta baja, lo cual equivale a decir que el remate de la portada principal se halla muy cerca de lo ideado por Moya, esto es, en la planta cuarta.
Al mismo tiempo Cárdenas, que criticaba negativamente aquel jugoso barroco madrileño, hubo de diseñar una portada dentro del más exigente patrón del setecientos, posiblemente muy a pesar suyo por sentirse él más «cubista», tal y como lo demostraría en Bilbao, pero que aquí debió de plegarse a las exigencias de la compañía, de tal modo que ésta pudiera considerar su edificio como «una espléndida adición a la magnificencia arquitectónica de la metrópoli española..., cuya puerta será un rico ejemplar del estilo barroco predominante en el siglo XVII, del que hay muestras parecidas en algunas de las viejas calles madrileñas». El segundo paso en la definición del proyecto se produce cuando Cárdenas es enviado a Nueva York porque «1os americanos estaban en la idea de que en España estábamos atrasadísimos en todo lo relacionado con la arquitectura moderna», y allí podría ponerse al corriente de mano del arquitecto de la I.T.T. Éste era en Nueva York Mr. Louis S. Weeks, que «me acogió muy cordialmente. Había estudiado en París, en Beaux Arts, y en francés nos entendíamos. Empezamos a dibujar juntos un anteproyecto, acompañándome en las visitas a toda clase de obras, y si de muchas cosas me asombré, en cambio vi palpablemente que en América no tenían ni idea de Europa, de España, llegándome a preguntar en una gran compañía constructora si conocíamos las vigas laminadas de hierro. »Los edificios de entonces, los rascacielos, habían dejado de hacerse en pseudo estilo gótico y se inclinaban a una mezcolanza de italiano, del Renacimiento, y lo español, lo colonial, de un andalucismo muy folklórico. Tuve que luchar porque no cayese Weeks en las mismas estravagancias que don Juan Moya, y acepté sin embargo que las fachadas siguiesen las normas vigentes en aquellos años en cuanto a alturas y retranqueos a medida que ésta -la altura- aumentaba, formando los llamados set becks.
Como se nos había impuesto la erudición de adoptar en las fachadas un clásico estilo español (que en el primer momento me disgustó por ser yo de una generación de arquitectos que terminábamos la carrera después de años y años de estilo renacimiento, advirtiéndome en Madrid el señor Behn, que tenía que proyectar un edificio que halagase al posible comprador de acciones) es decir, a la masa burguesa y conservadora, se fueron haciendo croquis de la fachada principal procurando yo convencer a Weeks de lo absurdo de repartir por toda ella, en toda su altura, los escudos de las provincias españolas, algo que recordase a la Casa de las Conchas de Salamanca, que le había impresionado enormemente. Al fin terminamos un croquis del anteproyecto, esperando que más adelante al hacer yo, en Madrid, el proyecto definitivo, lo haría más a mi gusto».
Aquí debemos hacer otra pausa, ya que el viaje de Cárdenas a Nueva York señala un segundo momento, sin duda menos enriquecedor de lo que cabía esperar, ya que huyendo de un rascacielos barroco venía con otro plateresquista, con escudos repartidos a tresbolillo por la fachada, tal y como llegó incluso a presentarse en el Ayuntamiento a la hora de solicitar la correspondiente licencia de construcción. N o obstante, la experiencia americana le permitiría, sin duda, a Cárdenas familiarizarse con un tipo de edificios cuya esencia estaba más allá del «estilo», y esto es lo que importa. Con aquel espíritu Cárdenas organizó su estudio en Madrid, al que incorporó a otros arquitectos de su edad como Arrillaga, Manuel Aníbal Álvarez, Santiago de la Mora, Durán de Cotes y Feduchi, los cuales «me ayudaron muy eficazmente a hacer el proyecto definitivo, bajo mi exclusiva dirección, como también lo hicieron el escultor Rafael Vela y hasta el pintor Hidalgo de Caviedes. Tan poco se parecía el proyecto definitivo al anteproyecto de Nueva York, que en una visita que hizo Weeks a Madrid reflejó su cara la contrariedad que le produjo por el poco caso que hice de sus ideas luminosas». Cárdenas hizo un primer modelo, a escala, del edificio en el que ya se fijó la ordenación general de volúmenes e incluso donde, presumo, que se conservaba algo de lo requerido por Weeks, como por ejemplo el considerar la planta baja y piso 1 como un basamento general de potente textura, traducido por un recio y abultado almohadillado a la italiana que afectaría al paramento general incluyendo las pilastras, como se venía haciendo en tantos rascacielos norteamericanos. Asimismo, sobre las plantas séptima y décimo primera, esto es, donde se producen los movimientos de retranqueo, ostenta dicho modelo juegos de cornisas de un relieve excesivo, que resulta ingrato, al igual que sucede con el diseño de pináculos y remates en general. Son precisamente estos aspectos señalados los que mejorarían en el segundo modelo al desaparecer o ser tratados con un criterio menos historicista y más acorde con la concepción general del edificio, donde el carácter tirante de los planos de las fachadas contribuye muy eficazmente a la valoración de sus volúmenes.
Contemplando el modelo definitivo de la Telefónica podemos gozar de algo que en realidad ha perdido el edificio al ubicarse entre dos calles muy estrechas, Valverde y Fuencarral. Me refiero al perfil del edificio y por tanto al fondo y fachadas laterales concebidas para un trazado urbano más generoso, como pueda ser el neoyorquino, que para insertarse en la estrecha red viaria del Madrid de los Austrias. El edificio de la Telefónica, en efecto, define su imagen urbana en relación con la Gran Vía y en función de su fachada principal, pero nada sabemos de las fachadas de flanqueo, nada desdeñables, y muy especialmente la de Valverde, donde su longitud es mayor que la principal, llegando a contar con dieciocho ejes de huecos, en una dignísima composición fuertemente equilibrada en torno al eje principal que se acusa desde la planta baja hasta el remate alto. Es justamente esta fachada, a mi juicio, la más neoyorquina y, por qué no decirlo, la más afortunada del proyecto. Al ser menor la línea de fachada de la calle Fuencarral, no llegó ésta a alcanzar el sentido de masa y potencia de la fachada a Valverde. En este segundo modelo que comentamos, además de haberse alterado el basamento general del edificio en favor de un sobrio aunque monumental apilastrado toscano, de haber restado bulto al vuelo de cornisas y modificado los remates, se produjo también una mejora sustancial en el cuerpo torreado principal que alberga el depósito de agua. Por otro lado se introdujo la novedad, no ejecutada finalmente, de incorporar los escudos de las provincias españolas en relieve cerámico sobre la planta séptima en las fachadas laterales. Después se optó, como veremos, por trasladarlos a la fachada principal, entre las ventanas de los pisos octavo y décimo primero, si bien tampoco se llevaron a efecto, relegando dichos escudos a los medios puntos que forman las cornisas sobre la planta séptima, ejecutados en piedra, tal y como hoy podemos verlos. Desgraciadamente no han llegado a nuestras manos los dibujos primeros que, con carácter de croquis, hiciera Cárdenas. Tan sólo algunas fotografías de éstos, ejecutados en junio de 1926, nos permiten ver la soltura fresca y la hábil mano de nuestro arquitecto, preocupado de señalar la escala introduciendo grupos y figuras aisladas ante la puerta principal del edificio
O acudiendo a los mostradores en el gran vestíbulo público. Se trata de dibujos de gran belleza por su técnica y color, muy efectistas, introduciendo amplias visiones en perspectiva que anticipan el resultado final en el deseo de convencer al cliente, en este caso al Consejo de Administración. Si bien estos croquis coinciden en su práctica totalidad con lo ejecutado, se produjeron también pequeñas modificaciones accesorias como fue la eliminación del servicio de información aislado en el centro del vestíbulo público, la supresión de rejas y farolas, así como otros detalles de menor importancia.